Han pasado ya muchos años desde mi último post dedicado al Rey de los Deportes. Mi trabajo me ha absorbido por completo, y escribir sobre béisbol quedó relegado a un segundo plano. Sin embargo, hoy resulta imperativo volver a tomar la pluma, o más bien el teclado, por lo que se ha visto recientemente en nuestro país. Y quizás no soy el único que percibe el escenario actual como un claro declive del béisbol mexicano.
Sí, parece increíble que, pese a todo lo que se ha hecho en años anteriores, muchas de esas acciones sirvan solo para el espectáculo, pero no para fortalecer la esencia del béisbol.
Sin duda, se agradece la difusión del juego en diversos medios, ya sea televisión o internet. También es valiosa la mercadotecnia alrededor de la Liga Mexicana de Béisbol (LMB), con distintas estrategias para atraer al aficionado ocasional, e incluso a quienes apenas comienzan a conocer este deporte. Pero en ese afán de captar más público, se ha dejado de lado lo más importante: la competencia real, el arte de jugar pelota, ese espectáculo genuino que enamoró a tantos de nosotros.
Vamos desmenuzando el tema.
Basta con revisar los resultados para sorprenderse con la cantidad de carreras que se anotan. Desde hace varios años, los resultados parecen más propios del fútbol americano que del béisbol. Las pizarras con menos de cinco carreras por equipo parecen en vías de extinción. ¿Una victoria por una sola carrera? Casi imposible. Hoy presenciamos un festín ofensivo donde los bateadores envían la pelota muy lejos, una y otra vez, y los lanzadores se han convertido en simples máquinas de práctica para el bateo rival. Pocos enfrentamientos muestran lanzamientos de calidad, con efecto, o estrategia real: todo se reduce a lanzar esperando que el bateador falle por sí mismo.
Las estadísticas lo confirman. Bateadores con promedios superiores a .350, e incluso algunos arriba de .400, sin mayor problema. Mientras tanto, la efectividad de los lanzadores rara vez baja de 3.50 en PCLA. La LMB se ha transformado en un paraíso para los bateadores, sin restricciones ni equilibrio.
Y ante marcadores tan abultados, el juego se vuelve predecible y, sí, aburrido. La emoción del duelo de pitcheo —ese que nos mantenía al borde del asiento— parece ya una leyenda urbana. No hay lanzadores capaces de dominar consistentemente al rival. La escena se vuelve penosa: constantes relevos, brazos sin control, sin dominio, sin carácter. Como aficionados, llega el momento en que preferimos levantarnos del estadio o cambiar de canal. El interés se diluye.
Es comprensible que la LMB busque nuevos seguidores, pero el producto que está vendiendo deja mucho que desear. Los jonrones espectaculares y las carreras en abundancia no bastan. Si el béisbol que se quiere ofrecer gira exclusivamente en torno al bateador, y se olvida que el 80% del juego es pitcheo, la liga corre el riesgo de perder a los aficionados de la vieja guardia.
Y el nivel competitivo también sufre.
Hoy en día, solo un equipo parece estar por encima del resto: los Diablos Rojos del México. No hay otro que les haga sombra. Las estadísticas lo demuestran: su superioridad es clara, lo que genera un desequilibrio preocupante. El resto de los equipos pareciera estar solo para rellenar el calendario, sin capacidad real para competir. Que los Diablos sean un gran equipo es innegable, pero la LMB necesita contrapesos. La competitividad es indispensable si se quiere mantener vivo el interés de los aficionados y darle seriedad al campeonato.
Las directivas tienen mucho, pero mucho por hacer. Está en sus manos decidir si este deporte crece en calidad o si se convierte simplemente en un juego de "tira y agáchate", sin emoción, sin estrategia, sin alma.
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