Ni el mejor novelista podría escribir lo ocurrido el pasado miércoles, cuando los Cachorros de Chicago lograron el ansiado título de Serie Mundial. Tuvieron que pasar 108 años para ver como caía el último out. Una rola cómoda para el tercera base Kris Bryant, con un tiro certero al guante de Anthony Rizzo, concluyó uno de los mejores Clásicos de Otoño que nos ha tocado vivir. La mayoría de los aficionados al béisbol deseaba ver esa imagen. Simplemente los Cubs era la novena consentida. Acabar la famosa "maldición de la Cabra Murphy" era el objetivo. Y así fue.
En toda la temporada, los Cachorros fueron el mejor equipo. Terminaron con un récord de 103-58. Un equipo armado por un genio en el béisbol: Theo Epstein. Este 2016, tenía que concluir así, con el título de Serie Mundial.
Apenas el pasado martes, la Tribu de Cleveland tenía el escenario de los más favorable. Jugar en su estadio, ante su afición, con un cuerpo de relevistas intratables y muy efectivos, el título estaba en sus manos. Chicago podía ser una presa fácil, ya que su bateo no fue de lo mejor en los pasados enfrentamientos. Era un panorama muy complicado para los pupilos de Joe Maddon.
La historia fue otra.
Muchos analistas mencionarán diversas jugadas claves a favor de los Cubs, tanto en el sexto como en el séptimo juego. Sin embargo, a criterio personal, no hubo mejor clave que la confianza entre ellos. Alguna plática motivacional se gestó para abrir la mente de los peloteros durante el descanso. Se dieron cuenta de que podían lograr el título. El resultado, se reflejó en el diamante.
En el sexto juego, Kris Bryant conectó HR en la primera entrada, y posteriormente cayeron dos más ante un error mental por los jardineros de la Tribu Naquin y Chinsehall. Pero el juego se inclinó totalmente del lado de Chicago cuando Addison Russell conectó el Grand Slam para poner la pizarra 7-0 a su favor. Rizzo colaboró en el noveno rollo al atizar cuadrangular de dos carreras. La pizarra final fue de 9-3, que obligó al decisivo enfrenamiento.
Joe Maddon fue muy criticado al utilizar a Aroldis Chapman en este juego que prácticamente lo tenía ganado. No había necesidad de cansar más el brazo de su cerrador estrella. Dio lugar a que no confiaba en su cuerpo de relevistas. Y el béisbol castiga, y así ocurrió.
Para el séptimo juego, el ver en la loma a Corey Kluber y Kyle Hendricks, nos trasladaba a un escenario de alto nivel de pitcheo. Sin embargo, la historia fue totalmente opuesta. El pitcheo de Cleveland mostró cansancio, dando una de sus peores actuaciones. Kluber solo lanzó 4 entradas, permitiendo seis hits y cuatro carreras. Aceptó dos cuadrangulares de Fowler y Báez. Andrew Miller, el mejor relevista intermedio, lo castigaron con 4 hits y 2 carreras, una de ellas producto del batazo de David Ross de cuatro esquinas. El cerrador Bryan Shaw permitió 3 hits, dos carreras, siendo el pitcher perdedor.
Chicago requería 6 outs para coronarse campeón. La pizarra a su favor 6-3, y Chapman al relevo. ¿Quién podía imaginar que este juego se iría a entradas adicionales? El béisbol es impredecible. La osadía de Maddon de utilizarlo en todo momento lo pagó en la octava entrada. El Clásico de Otoño se empató con cuadrangular de dos rayitas de Rajai Davis ante los lanzamientos del caribeño. La locura se daba en Cleveland, y la angustia en la “Ciudad de los Vientos”.
Definitivo, ni la mejor novela podría tener un guion así.
La alegría volvió a Chicago cuando su equipo logró las dos carreras de la ventaja en el décimo capítulo. Una de ellas gracias al doblete productor de Ben Zobrist, proclamado posteriormente como el jugador más valioso. Cleveland acortó la distancia en el cierre. Lo demás, ya es historia.
Emocionante ver los festejos por el triunfo en las calles de Chicago, afuera del Wrigley, en los videos personales de aficionados. 108 años de espera, llegaron a su fin. Sin duda, uno de los mejores Clásicos de Otoño que será recordado siempre.
Se termina la maldición. Enhorabuena a los aficionados a los Cachorros de Chicago. ¡Se lo merecen!
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